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jueves, 27 de marzo de 2014

Messi es mucho más que un club


Cuando Messi se besó anoche el escudo del Barça, tras su tercer gol de la noche (el cuarto de su equipo), envió tantos mensajes como los que Lorca lanzaba en sus poemas fabricando metáforas que entendía él solo.
 
Messi es un artista; no concibe el juego como una lucha con otro, sino como un combate consigo mismo; por eso mira hacia abajo, y tan solo se comunica con Dios, o con los astros, cuando ya acaba con éxito sus jugadas. Anoche hizo eso tres veces; hasta los dos penaltis fueron el resultado de una elaboración mental; no fueron remates y ya está, no está rompiendo redes ni fusilando porteros; está (como su compañero Iniesta) usando la paciencia para ser más preciso, más letal.
 
Pero se adorna, lo que hace no está hecho tan solo para embrutecer el entendimiento del contrario y burlarlo; está hecho por la más compleja de las razones: lo hace para divertirse.
 
Messi necesita alrededor, por tanto, gente que esté a la altura del arte de su inteligencia futbolística.
Y en este sentido se asiste de dos genios del pase, que le han contagiado a él esa capacidad de combinar cada vez más. Si está cerca de Iniesta y de Xavi, él sabe que lo que viene después puede ser arte, y no sólo una jugada de compromiso porque al equipo le viene bien un gol.
 
Anoche estaba el Barça (y estaba Messi, por tanto) en entredicho; demasiado tiempo fallando en lo que más le gusta, la asociación; de modo que Iniesta tomó el mando, como capataz de este renacentista, y dejó el campo expedito para superar a los defensores madridistas aunque se agruparan como un ejército.
 
El primer gol suyo, que deshizo el primer empate, nació de esas virtudes: él jamás da un balón por perdido, aunque por medio haya una legión de fallos, propios y ajenos; sigue con la mirada en el césped (o en la arena: Lorca decía que Sánchez Mejía se defendía del toro limpiando de briznas la arena), se fija en la trayectoria de los enemigos y suele encontrar el hueco que busca con la precisión de un sastre.
 
En esas circunstancias los jugadores grandes (de estatura también, como Cristiano) se aturrullan; Messi es un futbolista de potrero, sigue intentándolo hasta que da con el balón en la red. Y sus penaltis de anoche, que lo convierten en el jefe de casi todas las estadísticas españolas y del Barça, fueron concebidos con el mimo de un agrimensor, y culminados con el arte con el que ha enterrado ya las estiradas de muchos porteros. Anoche Diego López supo siempre por donde le iba a tirar Messi, pero ahí está el valor del de Rosario, que no engaña, sino que convence.
 
Fue un partido excepcional porque demuestra que el fútbol tal como lo concibió Guardiola para este Barça tiene un continuador digno en la táctica elaborada, con muchas dificultades, por un señor admirable, el Tata Martino, que desde anoche debería tener una orla de homenaje en las fotografías de la historia del Barça.
 
Los jugadores aman a Martino, consideran que es un hombre honesto cuya longitud de onda aún dará mucho más.
 
Estoy seguro de que cuando Messi se besó el escudo estaba haciendo mucho más que un homenaje al club, pues él mismo es mucho más que un club. Estaba enviando un mensaje mundial de apoyo al deporte que le gusta jugar así, como si estuviera en diálogo directo con los dioses que lo inventaron.